Delirios del primer soñador
En los albores de la humanidad, como suele decirse, los seres humanos iban y venían. Sin más, solo esclavos de sus pasiones. Comían para saciar su apetito, dormían cuando estaban cansados y engendraban hijos por la necesidad de ver su especie perpetuada. Un día uno de estos hombres encontró una flor. De color rojo encendido, parecía una llama en todo su esplendor. Era tan bella que el hombre deseaba cogerla, pero no sabía como. Finalmente se quedo mirándola, y al cabo de unos dias la flor se marchitó y murió. Una lágrima cayó de los ojos de aquel hombre, y desolado comenzó a recorrer el mundo. Buscaba su flor. Finalmente, rendido, agotado... cayó dormido en una cueva. De repente despertó... animado por un fuego interior hasta entonces desconocido se puso en pie y buscó arcilla, agua... mezcló y remezcló. Todos lo tenían por loco… Porque, ¿quién sino un loco pierde el tiempo de esa manera? Lo importante es conseguir alimento, un lugar donde dormir, asegurar el mañana de tu prole... Pero no, aquel hombre seguía inmerso en su locura sin sentido, atareado con piedras, plantas… pulverizando, mezclando… Se pasaba el tiempo sentado, mirando fijamente la pared, volviendo después la vista a sus dedos. A veces con moviendose como llevado de una pasión incontrolable. Otras, despacio, como hundido en sus meditaciones de demente apariencia.
Un día, por sorpresa, dio un grito de júbilo. Tomó el trozo de piedra donde preparaba sus mezclas y, con mayor afan que nunca, comenzó a amasar, mezclar… Esta vez sin frustración, su mente diáfana parecía haber encontrado su sueño. Fue hasta la pared de la cueva y, allí, con sus dedos mojados en algo parecido a la sangre, tan encarnado como el cielo durante un atardecer de verano, dibujó algo... Al principio torpemente, un simple borrón en la pared. Pero poco a poco, conforme la roca absorbía la tintura y el hombre, fijándose en el detalle o ayudado por alguna ramita, adquiría pericia, aquel borrón iba tomando forma. La forma de una flor: una amapola.
Aun hoy en día hay quien cree que quien pasa su tiempo soñando es un loco, un lunático que no aprovecha la vida para aquello a lo que dan importancia los demás: comer, dormir, conseguir un coche, un sueldo... Por suerte el escepticismo no ha cortado las alas al soñador: aun hoy, alimentados por la ilusión de algo que solo reside en nuestros corazones, seguimos buscando en el arte la forma de los sueños que otros no pueden crear... Bailando, escribiendo, pintando, tallando... puede que solo seamos locos con un poco de barro de color. Pero mientras aun busquemos nuestra amapola, mientras luchemos para que no se marchite en el más íntimo de nuestro sueños, podremos decir que hay futuro: que somos poesía.